Desigualdad como Denuncia y Dignidad como Esperanza
A cincuenta años de las palabras de Salvador Allende en el mayor foro del mundo, las Naciones Unidas
- Gabriel Boric, presidente de la República de Chile.
- Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España.
- Señor Director del Instituto Cervantes, señoras y señores embajadores, autoridades, amigas y amigos:
Permítanme en primer lugar, recordar que un día como hoy, 21 de septiembre de 1976, Orlando Letelier, leal colaborador de mi padre, fue asesinado en Washington junto a su asesora Ronny Moffit.
En nombre de la Fundación Salvador Allende y en el de mi familia, agradecer a todos su presencia.
Nos emociona este testimonio de numerosos representantes de pueblos hermanos reunidos aquí para conmemorar al presidente Salvador Allende.
Nuestra gratitud, muy especialmente, a los jefes de gobierno de Chile y de España.
Es muy significativo que encabecen esta hermosa conmemoración dos presidentes jóvenes, con gobiernos transformadores, paritarios, solidarios y preocupados por los derechos sociales y ambientales.
Así mismo, agradecemos a las personas de Chile, de España y de nuestra Fundación que hicieron posible este homenaje.
La Fundación Salvador Allende tiene como misión difundir el legado de mi padre, su consecuencia, sus valores humanistas, de justicia social, libertad e inclaudicable compromiso con la democracia
Aprovecho de saludar a la presidenta de la Fundación y a su directora ejecutiva, presentes aquí también.
El próximo 4 de diciembre, se cumplirán 50 años de que Salvador Allende trajera la voz de Chile al mayor foro del mundo, la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sus palabras han pasado a la historia porque aún siguen vigentes.
Y permítanme decirlo con orgullo, que haya sido ovacionado de pie, durante varios minutos por una Asamblea electrizada.
Ese gesto de reconocimiento fue en sí mismo, un gran símbolo de solidaridad en un momento crítico, después de dos años de un gobierno acosado por los poderes económicos, pero con creciente apoyo en las urnas y simpatías en otros países del mundo.
Lo primero que debemos rememorar, medio siglo después, es el significado más profundo de sus palabras: la lucha incesante en la historia de la humanidad de mujeres y hombres que se alzan desde la pobreza por sus derechos en un mundo profundamente injusto y desigual.
Para Salvador Allende aquella rebeldía ante la pobreza debía encauzarse no desde la intolerancia y la violencia, sino desde la democracia y la práctica irrestricta de las libertades.
Mi padre fue hombre de palabra y acción que tuvo un permanente contacto con su pueblo e interpretó sus anhelos y necesidades, liderando un proyecto original e inspirador.
Un camino al socialismo en democracia, pluralismo y libertad.
Ante los micrófonos de la Asamblea, subrayó a la democracia política como una condición sustantiva de la transformación social, retratándola, no como una opción ideológica, sino como cimiento del desarrollo.
De manera serena y firme hizo una exigencia por la justicia e igualdad en el trato entre los países en subdesarrollo y las grandes potencias.
Y por el derecho de Chile de alcanzar “un desarrollo auténtico”, uno que fuera una realidad para todas las personas sin dejar a nadie atrás. Aspiraciones compartidas ayer y hoy por la mayoría de las naciones.
Allende denunció la compleja situación geopolítica de un país pequeño acosado por las tensiones de una guerra fría que le negaba su dignidad y soberanía.
Develó el poder asfixiante de compañías trasnacionales, como la ITT, la Anaconda y la Kennecott y fuerzas que operaron en la penumbra, sin bandera, para mantener sus privilegios, por medio de la violencia política, comunicacional y económica.
Con mucha fuerza defendió la nacionalización del cobre para el beneficio de su pueblo, con el apoyo unánime de un Congreso donde estaba en minoría.
Faltaba poco para que un golpe cívico-militar, fomentado por esos actores de la penumbra, pusiera fin a su vida y al esfuerzo de la Unidad Popular por democratizar el país.
Desde entonces, el metal tranquilo de su voz y el valor de su sacrificio se han constituido en un símbolo universal de consecuencia y dignidad.
Pero el recuerdo de sus palabras debe ser también una señal de alerta. La democracia, la dignidad humana y el valor de los principios humanistas están hoy en riesgo. Son muchos los países en donde se observa un retroceso democrático y donde nuevamente fuerzas sin bandera organizadas en redes poderosas, se ciernen contra las aspiraciones de libertad y justicia social.
Más que nunca resuenan sus palabras llamando a normas claras de convivencia entre naciones y un sólido sistema de cooperación multilateral, en el que Chile tuvo una enorme presencia durante su mandato. Problemas como la crisis ambiental y climática, la sanitaria, las migraciones y otros tantos de hoy, solo pueden abordarse con una cooperación internacional mundial revitalizada y solidaria.
Hemos tenido avances y retrocesos, pero la vida de mi padre nos llama a no desmotivarnos cuando sufrimos derrotas. Lo cito: “El nuestro, es un combate permanente por la instauración de las libertades sociales, de la democracia económica, mediante el pleno ejercicio de las libertades políticas.”
Allende está vivo en ese discurso. Su vigencia para los desafíos de hoy es parte de los dilemas del presente. Como entonces, tenemos que abocarnos a realizar transformaciones que nos lleven a condiciones de igualdad a todos como humanidad.
El próximo año se cumplirán 50 años del golpe de Estado a un gobierno efervescente en alegría popular. Esperamos que se conmemore en todas partes. La semilla que Allende plantó en la conciencia de nuestro pueblo y del mundo entero ha florecido con fuerza en sus nuevas generaciones y nos llenan de esperanza.
Precisamente estas palabras –desigualdad y dignidad– eran claves de su discurso en las Naciones Unidas. Desigualdad como denuncia y dignidad como esperanza.
Muchas gracias.