A 50 años del golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973

Discurso de la senadora de la República de Chile, Isabel Allende Bussi, en la actividad de la Conmemoración de los 50 años del golpe de Estado cívico militar del 11 de septiembre de 1973, organizado por el gobierno del Presidente de la República, Gabriel Boric Font, en la Plaza de la Constitución.
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  • Presidente de la República, Señor Gabriel Boric Font e Irina Karamanos.
  • Señores Presidentes y Primer Ministro de Portugal.
  • Ex Presidentes.
  • Invitados Internacionales.
  • Autoridades.
  • Organizaciones de Derechos Humanos, detenidos desaparecidos y ejecutados políticos.
  • A todas las personas presentes desde las ocho de la mañana en torno al monumento del Presidente Salvador Allende acompañándonos en este homenaje, muchas gracias.

Quiero comenzar agradeciendo a nuestro querido presidente Gabriel Boric la oportunidad de estar aquí a nombre de la familia Allende. Es para mí una tremenda emoción dirigirme a ustedes en esta conmemoración de los 50 años del golpe militar y civil que afectó no solo a Chile, sino que conmocionó al mundo.

También le agradecemos abrazar la idea de instalar un memorial en el vano de la puerta de Morandé 80 con los zapatos que mi padre, el presidente constitucional de Chile, calzó ese martes 11 de septiembre de 1973, último vestigio de su presencia en La Moneda. Para nosotros simbolizan una prenda personal testigo de esa terrible jornada que nos acerca a la historia, pero también el largo caminar de mi padre como luchador social e intérprete de anhelos de justicia por todo el país, en una trayectoria política de décadas que culminó consecuente con dignidad, a pocos metros de acá.

A 50 años del golpe he tratado de hacer un relato que -créanme- no ha sido fácil.  Más bien ha sido muy triste y doloroso. Me tocó ser la última persona del entorno de mi padre en entrar al Palacio ese día, y juntos a otras personas, teníamos su mandato de contar lo que pasó entonces, lo que significaba la Unidad Popular y también la barbarie que empezaba a imponerse.

La memoria es un primer paso para llegar a la verdad, pero necesitamos muchos más para alcanzar la justicia, la reparación y asegurar la no repetición de los hechos de este día.  Por eso suscribo completamente el lema del gobierno: memoria es democracia y futuro.

Permítanme que en esta fecha tan significativa les hable de lo que me tocó vivir 50 años atrás, en el Palacio de La Moneda, que hemos recuperado para ser un símbolo de nuestra democracia.

Después del Tanquetazo el 29 de junio de 1973, había decidido que, ante otro intento de golpe de Estado, vendría a La Moneda a apoyar a mi padre. Ese martes 11 de septiembre, con un amanecer frío y gris, ante las noticias de alzamiento de fuerzas militares, mi marido se encargó de mis dos hijos para que yo pudiera venir en mi fiat 600 hasta acá, sorteando muchas dificultades. Cerca de las 9:00 de la mañana logré entrar por Morandé 80, que era la puerta que mi padre solía usar.

Mi hermana Beatriz, Tati, trabajaba en la secretaría privada con mi padre y aunque tenía un embarazo de 7 meses, nunca dudó de estar en La Moneda al lado de mi padre en la resistencia y en la defensa de la democracia.  A pesar del fuerte ataque de blindados e infantería y sabiendo que venía un bombardeo aéreo, ninguna de las dos quería partir. No estábamos solas, el Presidente tampoco. Me tocó ver un extraordinario grupo humano que lo acompañaba más allá de sus responsabilidades y que tenía decidido quedarse hasta las últimas consecuencias.

Los más de cuarenta hombres y mujeres que estuvieron ese día en la Moneda y en los edificios de los alrededores, actuaron con lealtad, convicciones y amor al proyecto colectivo construido. Quiero rendirle un homenaje muy sincero a todos los que fueron parte de la resistencia al golpe, a sus asesores y amigos personales, a los GAP y a los detectives de investigaciones y extenderles un sentido abrazo a los familiares de quienes fueron apresados, torturados y brutalmente asesinados e incluso hechos desaparecer.

Recuerdo que mi padre ese día actuaba decidido pero muy sereno. Su sentido de la dignidad, de la responsabilidad del cargo, la conciencia del significado moral de su liderazgo siendo representante del pueblo, era tan fuerte en él, tan sincero, que nosotras sabíamos que él no se iría de La Moneda como tantas veces lo dijo.

Antes de exigirnos, -diría casi implorarnos- que saliéramos junto a mi hermana Beatriz, Frida Modak y Nancy Julien caminamos aún incrédulas por el costado de esta plaza ya desierta porque se venía el vuelo de los aviones Hawker hunter para destruir el palacio de gobierno, nos pidió que denunciáramos lo que estaba ocurriendo, que fuera una lección moral para los que atentaban contra la libertad, contra la democracia y la vida. No olvido su último abrazo, su calidez, su amor infinito, su humor.

No deja de sorprendernos la fuerza de su mensaje en sus últimas alocuciones, su inclaudicable esperanza, “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos. Pero no se detienen los procesos sociales ni con la represión ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. La ternura y el cuidado con el que se dirige a su pueblo para expresarles que en los momentos más difíciles son ellos los que guían su compromiso, y también para darnos aliento y fuerza a los que seguiríamos la estela de su ideario de justicia.

Si bien ese negro 11 de septiembre de 1973 es inseparable de su nombre, mi padre tuvo una larga trayectoria de un liderazgo muy especial, forjó un camino pensando en las mayorías de del país. Los números dan fe de la injusticia que hacía necesaria un cambio profundo, en esos años el 60% de las familias percibía el 17% de los ingresos del país, mientras que 2% de las familias controlaba el 46% del ingreso nacional. La mortalidad infantil superaba los 200 fallecidos antes de un año por cada mil nacidos vivos, la pobreza era brutal y por supuesto multidimensional. Salvador Allende encarnó la esperanza de millones de chilenos pobres y la necesidad cambiar una sociedad oligárquica.

Ante esas injusticias, mi padre transitó todo Chile, recorrió más de la mitad de su vida el país desde la cordillera y los valles al mar; desde el desierto hasta los hielos patagónicos.  Representó en el Congreso al norte, centro y sur como diputado y senador; y en sus cuatro campañas presidenciales, escuchó las voces de miles de personas e instó a la construcción de movimientos sociales amplios, diversos, plurales, con el total respeto a todas las creencias. Logró la unidad de las fuerzas progresistas. Estaba seguro de que el bienestar colectivo fortalecería a Chile, les daría dignidad a todas las personas, fortaleciendo nuestra democracia y la real implementación de la declaración universal de derechos humanos.

El gobierno de la Unidad Popular recogió su pensamiento. Más allá de sus dificultades y errores, redistribuyó la renta, aumentó significativamente el sueldo mínimo, las pensiones, democratizó el crédito, nacionalizó las principales riquezas naturales del país, profundizó la reforma agraria, combatió la desnutrición, abrió espacios de participación para la toma de decisiones, duplicó el descanso postnatal, estableció igual salario para hombres y mujeres que trabajaran en el Estado, incrementó las becas y programas especiales para trabajadores y para mujeres en las universidades, promovió la cultura, la lectura, desarrolló la medicina social, le dio un par de zapatos a todos los niños que no los tuvieran, entre muchos otros logros. Como toda obra humana, no fue perfecta y tuvo errores, pero pareciera que deliberadamente algunos quieren esconder sus inmensos logros.

La innovadora experiencia de la Unidad Popular representó una transformación profunda de justicia social en democracia, pluralismo y libertad por las vías institucionales. Lo que sucedió en Chile pasó a ser parte de la historia de vida de millones de ciudadanos que se sintieron interpelados y se movilizaron de muchas formas, inspirados por Allende.

Por eso decimos que Allende recorrió Chile, y que Chile recuerda a Allende. No hay un lugar en el país donde la estela de Allende no iluminara, en donde hay personas que le tienen vivo en su corazón. Y en el mundo también, incontables calles, plazas, hospitales, escuelas y otros espacios colectivos llevan su nombre.

La misión que nos diera mi padre en La Moneda, voy a personificarla en mi madre, Tencha Bussi, fue una vocación de vida, una convicción que podía superar con creces sus propias limitaciones físicas para sacar una voz que denunciará los atropellos a los derechos humanos en Chile, para convocar a los países para apoyar a Chile a recuperar la democracia y para mantener vivo el legado de mi padre, tratando de unir el fragmentado exilio chileno.

Por ello también quisiera rendirle un homenaje muy sentido a Tencha en este día.

Quiero recordar y rendir homenaje a quienes, de distintas formas, decidieron no mantenerse indiferentes y actuar. En Chile y en el mundo se forjó una cadena humana infinita de solidaridad para ayudar a quienes sufrían el atropello de sus derechos, una ola de acciones valientes para mantener la dignidad y no ceder ante el horror. Salvar vidas, apoyar ollas comunes, comedores infantiles, a los exonerados sin trabajo, para reunir y difundir información, dar capacitación, mantener la resistencia.

Aprovecho la presencia de los invitados extranjeros a esta conmemoración para darles las gracias, pues sus embajadas en Chile jugaron un rol esencial en la lucha contra la barbarie, como también en sus países miles de chilenas y chilenos encontraron un verdadero asilo contra la opresión. Desde allí tejieron una red poderosa que fue clave para la recuperación de la democracia. Como símbolo de todos los países que nos recibieron y ayudaron, quiero agradecer en la persona de su presidente Andrés Manuel López Obrador aquí presente, al pueblo, al gobierno y a al entonces Embajador de México Gonzalo Martínez Corbalá, país que fue nuestro hogar en medio del duelo y lugar desde el cual reconstruimos nuestras vidas. También a Cuba, que recibió a otra parte de nuestra familia. Junto con a miles de exiliados, les reafirmamos nuestra gratitud de por vida.

Hoy, la solidaridad y corresponsabilidad internacionales necesitan ser nuevamente un camino de paz y de cooperación entre países, refrendado y apropiado por todos los sectores políticos y civiles, en donde Chile sea un activo partícipe, retribuyendo y cooperando a la construcción de un mundo más justo que se haga cargo de los problemas que nos afectan a todos

El cruento golpe militar y civil en Chile ha intentado ser justificado por sectores que cerraron los ojos a las violaciones de derechos humanos. En estos últimos meses hemos visto con preocupación como se promueve un revisionismo histórico. Se ha intentado invertir responsabilidades sobre la tragedia que vivimos todos durante los largos 17 años más oscuros de nuestra historia. De manera increíble, se buscan tergiversar los hechos para culpar a la UP y al Presidente Allende del Golpe de Estado. Los verdaderos responsables fueron quienes quebraron la institucionalidad, bombardearon este palacio, persiguieron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a miles de chilenos. Y sin duda, quienes los ampararon políticamente y guardaron silencio cómplice ante las atrocidades que el país vivía.

El golpe de Estado fue un crimen y no hay contexto, ideología política, contingencia o razones que legitimen el despojo de la voluntad popular, de la dignidad humana, del horror. Entiendo que pueda haber diversas interpretaciones de lo que significó la Unidad Popular, pero Nunca Más un Golpe de Estado debiera ser un consenso en todas las fuerzas políticas democráticas.

Hoy contamos con más evidencia que nunca en la historia sobre lo que ocurrió en nuestro país hace 50 años. El asedio interno y la confabulación externa. La intervención encubierta de la CIA, el bloqueo económico, la injerencia extranjera, el terrorismo de grupos antidemocráticos de la de derecha, los paros subvencionados, entre otros. Mi padre, el presidente Allende y su entorno buscaron hasta el último momento una salida democrática e institucional al conflicto político que se vivía en el país.

Hoy, cuando la democracia en el mundo enfrenta nuevas amenazas autoritarias, es más necesario que nunca renovar el compromiso de todos y cada uno con la democracia. Es por eso, Presidente, que es muy valiosa la carta «Compromiso: Por la democracia, siempre» que Ud. ha firmado con todos los ex Presidentes de Chile, que más allá de las diferencias ideológicas coincide en el valor de cuidar la democracia, promover el respeto a los derechos humanos, y construir nuestro futuro en paz.

Nosotros, quienes sufrimos en carne propia lo que significa su destrucción, podemos dar fe de la importancia de defender las instituciones, y de la tragedia y el inaceptable costo que imponen las salidas autoritarias para la libertad de las personas, los derechos humanos y la convivencia social.

A 50 años del golpe de Estado podemos decir con más convicción que nunca, que los problemas de la democracia nunca, jamás, pueden invocar a la violencia, el quiebre de las instituciones, la persecución y el exterminio de quienes piensan distinto. Lo dijo Allende claramente “Rechazamos en los más profundo de nuestras convicciones las luchas fratricidas. El respeto a los demás, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales más significativos con que contamos”.

A lo largo de estas décadas hemos trabajado intensamente por obtener la verdad respecto de los atroces crímenes que se cometieron incluso antes del 11 de septiembre, de buscar justicia para las víctimas y sus familias, reparación. Pero la verdad y la justicia ha sido solo parcial, sostenida por el coraje de las familias de las víctimas, abogados y abogadas valientes, además de organizaciones de derechos humanos que han permitido los logros alcanzados en verdad y justicia.

Por eso es Plan de Búsqueda anunciado por usted, Presidente, es tan importante. El Estado debe asumir hoy y de cara al futuro su responsabilidad total frente a la sociedad. Las nuevas generaciones necesitan comenzar sus vidas sin cargar el dolor de no haber encontrado a sus seres queridos. No puede haber futuro, no puede haber paz si no hay justicia.

El caminar de Allende está más vigente que nunca. No sólo por el anhelo de justicia social, y de cambios profundos para mejorar nuestra democracia, sino porque como lo llamó Mario Benedetti, fue un hombre de paz. En estos tiempos es necesario recordar el metal tranquilo de su voz, la lealtad a su pueblo y por ello quiero terminar dándole la palabra a Benedetti.

Para vencer al hombre de la paz

tuvieron que congregar todos los odios

y además los aviones y los tanques.  […]

Para matar al hombre de la paz

tuvieron que desatar la guerra turbia. […]

Para matar al hombre que era un pueblo

tuvieron que quedarse sin el pueblo.

 

Muchas gracias